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Con sus adeptos y detractores la adopción de anglicismos con el objetivo de darle glamour al concepto goza de buena salud en muchos ámbitos del día a día y los emprendedores no se salvan. Hoy no son empresas emergentes sino startups, en muchos casos el autónomo se transforma en freelance y, a menudo, no se trabaja en una oficina compartida sino en un coworking. Atractivo anglosajón aparte, confieso que, después de vivir la experiencia coworking, me es imposible no recomendarla allá por donde voy.

En teoría, una oficina compartida no es más que eso, un espacio con puestos de trabajo para que las personas que contratan el servicio tengan lo necesario para estar como en casa, pero en una mini-oficina. En la práctica, supone una forma distinta de ver el trabajo y el mundo actual, pude constatarlo durante mi estancia en agosto de 2017 en Doce Monos.

En ese entonces, confluían en mi agenda tres proyectos distintos: mis estudios de Ingeniería Aeroespacial, un puesto de responsabilidad en Formula Gades y la organización del Evento COSMOS. En agosto prácticamente cierra el mundo convencional y necesitaba un lugar adecuado para aprovechar bien cada minuto del día así que por recomendación de un amigo decidí darle una oportunidad al coworking.

Lo primero en que me fijé fue la atmósfera relajada que se respiraba, que no te sorprenda si surgen cortas conversaciones espontáneas sobre temas siempre interesantes, luego vuelve el silencio y la concentración máxima. El equipamiento no se queda atrás: siempre tienes a tu disposición una pequeña cocinita con vajilla básica, frigorífico, microondas, una máquina de café y un lindo cerdito para depositar 50 céntimos por café (también puedes unirte a la colecta mensual para comprar cápsulas). Sillas cómodas, espacio de sobra en tu mesa, wifi, aire acondicionado (por norma a una temperatura eco-friendly y resfriado-de-verano-friendly), impresora, un pequeño patio, sala de reuniones y un par de sofás para los momentos de relax. Donde quiera que estés, no bajes de ese estándar, pero ten en mente que cada coworking tiene estilo propio.

Si topas con una buena comunidad en la oficina que elijas, te encontrarás casi sin darte cuenta haciendo un almuerzo conjunto de comida a domicilio o escuchando la loca historia del uruguayo de tu oficina que se recorrió medio mundo en tren y luego cruzó la India en moto con un colega. La ecuación también se cumple para el trabajo, cuando se entra en este movimiento global (que tiene hasta una wiki) se entra con el compromiso de romper el aislamiento, compartir e interactuar, la recompensa es enorme. El poder de la pregunta “¿Oye, y tú a qué te dedicas?” o de la frase “Ey, tengo este problema, ¿cómo lo veis?” es grandísimo; automáticamente surgen diferentes enfoques a la misma cuestión y, colaborativamente, es posible llegar a una solución innovadora. Tangentes al día a día aparecen de vez en cuando talleres formativos, eventos de todo tipo, proyectos conjuntos, nuevas oportunidades… Parece mejor que trabajar solo, ¿no?

Multidisciplinariedad, innovación, colaboración, emprendimiento son sólo algunos de los conceptos que puedes encontrar en la filosofía coworking. Estudiantes con proyectos paralelos, emprendedores, freelances, todos de cualquier ámbito profesional, tienen cabida en un espacio de coworking ya sea para trabajar solo con otros o para meterte de lleno en la comunidad (muy recomendado). ¡Ah, estudiantes, preguntad siempre por descuentos para vosotros, Doce Monos lo ofrece!

¡A coworkear!