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Hace ya unos meses que, estando en la empresa donde trabajaba anteriormente tuve uno de los momentos más reveladores que he experimentado en mi vida profesional. Recién incorporada al equipo que yo dirigía en esos momentos, una compañera se desesperaba y ofuscaba al no encontrar una explicación razonable a la situación kafkiana y absurda que se vivía en aquel proyecto en el que yo llevaba luchando contracorriente desde hacía ya año y medio; con casi el abandono por parte de la dirección de la empresa, con negligencias que se querían “tapar” con correos interminables de justificaciones y acusaciones cruzadas, con un servilismo humillante ante el cliente que rozaba el culto al dios Dinero y donde imperaba el “todo vale, porque el cliente así lo quiere”, con desorganización, abuso de poder, ausencia de valores, sacrificio absurdo de buenos profesionales, caza de brujas, esfuerzos no reconocidos,…un escenario nada motivador y mucho menos asequible a cualquier razonamiento lógico.

Ante los pocos argumentos que ya a uno le quedaban a esas alturas, no se me ocurrió mejor consejo que darle a mi compañera que éste: “Nunca dejes de indignarte con lo que estás viendo, porque cuando dejes de hacerlo te convertirás en uno de ellos. Es la única manera de mantenerte despierto, activo, buscando la mejora, el cambio, la evolución…Lucha por tus principios y no dejes que nadie te haga creer lo contrario. Analiza si este trabajo te hace mejor persona y mejor profesional. Y si no es así, ahí tienes la puerta y vete. No te vendas por dinero. Márchate y sé feliz”.

Ni de lejos podía imaginarme que aquel consejo me iba a dar tanto que pensar y que actuar.—¡Aplícate el cuento!—me dije…Fácil es decirlo, pero muy complicado ponerlo en práctica…Menudo consejo acabo de dar…Te has lucido, Domingo…

No pocas horas de reflexión trajeron como consecuencia aquellas palabras. En aquellos momentos yo tenía un buen sueldo, en una buena empresa, con un buen puesto en un proyecto ambicioso que muchos de mi alrededor envidiaban, una crisis en el sector que asustaba al más “pintado”… y “cero” ilusión, mucha indignación y necesidad de cambios en mi vida profesional. Y ya no estaba dispuesto a seguir dándome cabezazos contra la pared. Llegó el momento de negarme a seguir colaborando con una empresa que no me respetaba, a que se pisotearan mis valores con la excusa fácil de que “no soy yo el que falta a los principios éticos sino la empresa, que me obliga…”. Se acabó eso de acatar las directrices no deontológicas de otros y de colaborar con ellas amparándome en el nombre de una empresa. Porque las empresas las formamos personas. Personas que, con  nuestras decisiones o en la comunión con las de otros, permitimos el abuso y el atropello de los principios de honestidad, honradez, libertad e igualdad.

Y llegué a mi límite, al punto de no retorno, donde la razón se unió a la ilusión, la valentía y la indignación. Un cóctel de alta graduación que embriaga al primer sorbo. Un límite que, una vez superado, tienes claro que nunca más volverás atrás. Llegó el momento de olvidarse de buscar culpables a mi frustración, excusas a mis jefes, justificaciones a políticas de empresa no compartidas, críticas a mi entorno profesional y posicionamiento cómodo ante una crisis despiadada. Llegó el momento de creer en mis propios modelos de empresa, en mis principios, en mis valores, en mi forma de entender el trabajo como algo que fuera capaz de reportar felicidad tanto a mí como a quienes me rodean, de reinventar al empresario, de no cometer los mismos errores, de buscar un desarrollo responsable no basado en el culto al dinero. De creer en mi trabajo como un medio para cubrir mis necesidades y no para crear otras nuevas, para mejorar la sociedad y para conseguir como fin último dejar a las generaciones venideras un mundo mejor, más justo y más humano.

Y, en pocos días, aquella receta que dediqué a mi compañera la cociné y degusté en mi vida. Tomé una de las decisiones más duras y a la vez más acertadas de mi vida, e inicié el camino al emprendimiento. Una ruta cuya principal máxima sigue siendo…¡Indígnate, no te dejes llevar, muévete, busca la mejora, supérate…y hazte emprendedor!

Desde la intimidad de “Domingo Emprende”
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Domingo Cabello Neila
Promotor y Director Gerente de ACOS, Ingeniería de Gestión

Hay 2 comentarios

  • 27.06.2011
    Susana Beato dice:

    Felicidades Domingo, decisión acertada y bienvenido al grupo de los indignadísimos del sistema. Ya es hora que dejemos de volver la cabeza cuando vemos que ocurren injusticias a nuestro alrededor, vamos a plantarle cara a todos aquellos que han creido tener la sarten por el mango durante tantos años, obligandonos casi a prostituirnos por un misero sueldo con multitud de responsabilidades y objetivos que conseguir, que llegaron casi a apagar nuestra motivación y creatividad en el trabajo.
    Emprender otro camino no es imposible ya sea por cuenta propia o ajena. Querer es poder!!!, solo hay que creérselo un poquito!!
    Saludos!!!

  • 28.06.2011

    Así es, Susana. Tenemos que creérnoslo, tener más confianza en uno mismo y enfrentarnos a las injusticias con la firme intención de cambiar el mundo, empezando con lo que está a nuestro alcance, con nuestras decisiones. Saludos!!